Seguramente, todos hemos sido
testigos alguna vez de cómo un niño controla a su madre en el supermercado. ¡Cada
pasillo y cada estantería son grandes tentaciones! Galletitas, golosinas,
cereales, dulces… es muy difícil aceptar un NO. La madre, que no quiere pasar vergüenza
delante de la gente, le ruega al niño que se calme para que deje de montar un
escándalo. Y finalmente le compra “algo” para recuperar el control. ¡Pero esto
es sólo una ilusión!
¿Qué significa la palabra límite? ¿Por qué debemos poner límites?
Según el diccionario, la palabra
límite significa “línea real o imaginaria que separa dos terrenos, dos países,
dos territorios”; significa también “fin, término”; “extremo a que llega a un
determinado tiempo” y también “extremo que pueden alcanzar lo físico y lo anímico”.
En síntesis, un límite es una línea demarcatoria que indica “aquí comienza mi
propiedad”. Define dónde comenzamos y dónde acabamos. De qué somos responsables
y de qué no. El dueño de una propiedad es el único responsable de lo que ocurra
dentro de sus límites. Parece fácil de reconocer en el mundo físico, pero este
principio rige también para todas las relaciones entre las personas, y tanto en
lo referente a los límites con uno mismo como a los límites con los otros. Los
límites permiten diferenciarnos de otras personas.
¿Cuáles son los alcances de
nuestra responsabilidad? ¿Dónde comienzan los límites de los demás? Todos
sabemos que invadir la propiedad privada tiene consecuencias, implica
sanciones. Y estas consecuencias sirven para darnos cuenta de que no respetar
los límites ajenos es grave, como lo es también que los otros no respeten
nuestros límites.
El problema de límites tiene dos
caras: Para quien no puede ponerlos (y todos tenemos que aprender a hacerlo
para ser respetados en todas las áreas de nuestra vida) y para quien no puede
respetar los límites ajenos. (MI 64)
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